Hace poco leía este artículo de Arturo Pérez Reverte y
no pude menos que acordarme de mis alumnos. Os lo dejo en el blog para
que lo leáis y os llegue gran parte de lo que me gustaría trasmitiros en
clase.
Carta a María
...Preguntas cosas para las que no tengo respuesta. Entre otras razones, porque nunca hay respuestas para todo (...) Yo
sólo puedo escribirte que no hay varitas mágicas, ni ábrete
sésamos (...) De lo que sí estoy seguro es de que no hay mejor vacuna que
el conocimiento. Me refiero a la cultura, en el sentido amplio y
generoso del término: no soluciona casi nada, pero ayuda a comprender, a
asumir, sin caer en el embrutecimiento, o en la resignación. Con ello
quiero sugerirte que leas, que viajes, y que mires.
Fíjate
bien. Eres el último eslabón de una cadena maravillosa que tiene diez
mil años de historia; de una cultura originalmente mediterránea que
arranca de la Biblia, Egipto y la Grecia clásica, que luego se hace
romana y fertiliza al Occidente que hoy llamamos Europa. Una cultura que
se mezcla con otras a medida que se extiende, que se impregna de Islam
hasta florecer en la latinidad cristiana medieval y el Renacimiento, y
luego viaja a América en naves españolas para retornar enriquecida por
ese nuevo y vigoroso mestizaje, antes de volverse Ilustración, o fiesta
de las ideas, y ochocentismo de revoluciones y esperanzas. O sea, que no
naciste ayer.
Para conocerte, para comprender, lee al menos lo
básico. Estudia la Mitología, y también a Homero, y a Virgilio, y las
historias del mundo antiguo que sentó las bases políticas e
intelectuales de éste. Conoce al menos el alfabeto griego y un
vocabulario básico. Estudia latín si puedes, aunque sólo sea un año o
dos, para tener la base, la madre, del universo en que te mueves. Da
igual que te gusten las ciencias: ten presente (...) que Newton escribió
en latín sus Principia Mathematica, y que hasta Descartes toda la
ciencia europea se escribió en esa lengua. Debes hablar inglés y francés
por lo menos, chapurrear un poco de italiano, y que el estudio del
gallego, del euskera, del catalán, que tal vez sean tus hermosas y
necesarias lenguas maternas, no te impida nunca dominar a la perfección
ese eficaz y bellísimo instrumento al que aquí llamanos castellano y en
todo el mundo, América incluida, conocen como español. Para ello, lee
como mínimo a Quevedo y a Cervantes, échale un vistazo al teatro y la
poesía del Siglo de Oro, conoce a Moratín, que era madrileño, a Galdós,
que era canario, a Valle-Inclán, que era gallego, a Pío Baroja, que era
vasco. Rastrea sus textos y encontrarás etimologías, aportaciones de
todas las lenguas españolas además de las clásicas y semíticas. Con
algunos de ellos también aprenderás fácilmente Historia, y eso te
llevará a Polibio, Herodoto, Suetonio, Tácito, Muntaner, Moncada, Bernal
Díaz del Castillo, Gibbon, Menéndez Pidal, Elliot, Fernández Alvarez,
Kamen y a tantos otros. Ponlos a todos en buena compañía con Dante,
Shakespeare, Voltaire, Dickens, Stendhal, Dostoievski, Tolstoi,
Melville, Mann. No olvides el Nuevo Testamento, y recuerda que en el
principio fue la Biblia, y que toda la historia de la Filosofía no es,
en cierto modo, sino notas a pie de página a las obras de Platón y
Aristóteles.
Viaja, y hazlo con esos libros en la intención, en
la memoria y en la mochila. Verás qué pocos fanatismos e ignorancias de
pueblo y cabra de campanario sobreviven a una visita paciente a El
Escorial, a una mañana en el museo del Prado, a un paseo por los barrios
viejos de Sevilla, a una cerveza bajo el acueducto de Segovia. Llégate a
la Costa de la Muerte y mira morir el sol como lo veían los antiguos
celtas del Finis Terrae. Tapea en el casco viejo de San Sebastián
mientras consideras la posibilidad de que parte del castellano pudo
nacer del intento vasco por hablar latín. Observa desde las ruinas
romanas de Tarragona el mar por el que vinieron las legiones y los
dioses, intuye en Extremadura por qué sus hombres se fueron a conquistar
América, sigue al Cid desde la catedral de Burgos a las murallas de
Valencia, a los moriscos y sefardíes en su triste y dilatado exilio. En
Granada, Córdoba, Melilla, convéncete de que el moro de la patera nunca
será extranjero para ti. Y sitúa todo eso en un marco general, que
también es tuyo, visitando el Coliseo de Roma, la catedral de
Estrasburgo, Lisboa, el Vaticano, el monte San Michel. Tómate un café en
Viena y en París, mira los museos de Londres, descubre una etimología
almogávar en el bazar de Estambul o una palabra hispana en un
restaurante de Nueva York, lee a Borges en la Recoleta de Buenos Aires,
sube a las pirámides de Egipto y a las mejicanas de Teotihuacán. Si
haces todo eso -o al menos sueñas con hacerlo-, conocerás la única
patria que de verdad vale la pena.
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